22 sept 2017

Ya no estaré casada

De repente me encontré en esta situación: deseo matar al que fue mi esposo y me dejó. Todas las noches, para poder dormir, me acuesto pensando en cómo podría hacerlo, qué estrategias y planes podría elaborar para ejecutarlo bien. En verdad, no me importa mucho si descubren que fui yo, de hecho no me molestaría; pero sí me llenaría de pesadumbre no hacerlo bien, me refiero a bien limpio y ordenado. En mi vida con él todo era suciedad y desorden, cosas tiradas, ropa acumulada en todas las sillas de la casa, objetos y más objetos que llenaban los espacios más escondidos de la casa. A veces no se podía caminar. A veces la comida se llenaba de gusanos y polillas en el mueble de la cocina. A veces incluso no se podía distinguir la ropa sucia de la limpia.

Yo enloquecía y él solo me decía que me quedara tranquila, que mañana me ayudaba a limpiar, que no estaba todo tan desordenado, «aflojale a la obsesión» llegaba incluso a decirme. Y tenía que esperar a algún cumpleaños o reunión familiar, que eran pocas, para que me ayudara. A veces leía mis libros de amor para convencerme de que todo estaba bien, que omnia vincit amor. Y de esa misma forma sucia y desordenada me dejó; que sí, que no, que no sé, que tal vez, que te amo, que ya no te amo, que no puedo vivir contigo, que necesito vivir contigo. Lo insulté con las pocas palabras feas que conocía. Le dije «cobarde y mentiroso» y también «traidor e hipócrita». En una oportunidad estuve a punto de decirle «poco hombre» pero en seguida me di cuenta que eso no podía ser un insulto, que de hecho estaba dejándome por teléfono por un exceso de masculinidad, de cierta estupidez mental. En esa oportunidad le dije: «prefiero ser viuda a divorciada», y él solo pudo reírse, tratarme de tonta y pedirme que me fuera.

Y yo me fui. Agarré mis libros, un poco de ropa y la llave sin que se diera cuenta. No grité ni me escandalicé. Cerré la puerta y empecé a pensar en las formas limpias de matar a un hombre. De dejarlo reducido a un polvo que se pueda barrer con facilidad. No un crimen pasional, como ponen en las noticias, una limpieza más bien, un orden en el mundo. Por eso tenía que esperar, pensar bien noche tras noche la mejor forma de hacerlo. Que sea hasta simbólico, imaginé una noche, nada de sangre chorreada o genitales cortados; yo no lo quería matar por hombre o por amor, sino por limpieza.

Así empiezo entonces a elaborar el plan. Tengo una habitación en mi nueva casa destinada a eso. Conozco sus horarios y costumbres. Las anoto. En el plano de la ciudad tengo armado sus recorridos. En el plano de la casa, que conozco de memoria, tengo colocadas algunas marcas con diferentes colores según las actividades, horarios y secuencias de movimientos. El pobre no lo sabe, pero mientras vivimos juntos yo lo observaba mucho, incluso alguna vez tomé alguna nota porque en su caos yo creía encontrar patrones de conducta, cierto orden inconsciente que lo hacía actuar día tras día de la misma forma. Él se creía muy espontáneo y se burlaba de mis movimientos felinos, de mis recorridos de memoria por la casa, de mis salidas nocturnas de la cama sin prender la luz para ir al baño o a la cocina. Él debe seguir riéndose de eso y yo ahora también.

Tiene que ser un martes porque no está en todo el día. Tendré tiempo de aprontar todo, ordenar y limpiar. El hecho no tendría que dejar de ser un poco sorpresivo, pero no tanto como para que se asustara; más bien plantear un escenario siniestro y cómico, en el que pudiera sentir un escalofrío y al mismo tiempo divertirse, sentir que un límite había traspasado pero que podía sentir pena por mí. La lista de productos necesarios que tenía hecha me permitió hacer las compras con facilidad. En el bolso que compré para tales efectos lo tenía pronto tres días antes: cada producto ordenado según la secuencia de su próximo uso. Disponía del tiempo necesario, porque qué horror hacer las cosas apuradas y a último momento. Si seguía el cronograma hecho, todo saldría perfecto.

Llegué a la casa cinco minutos antes. Lo vi salir pero, como lo esperaba, volvió a los tres minutos porque se dio cuenta que algo se había olvidado, podía ser la billetera, el celular o las llaves de la oficina. Siempre era algo distinto, pero siempre se olvidaba de algo. Entré. Como si lo hubiera visto en una pesadilla, la casa estaba tal cual lo esperaba: los platos sucios, la ropa en el piso y en las sillas, restos de comida en el living y envoltorios de alfajores y golosinas en el sillón. Si no lo mato yo primero, lo va a matar el colesterol, pensé en ese momento y, debo decir, me sonreí. Me puse los guantes y la máscara, debía cuidarme de no entrar en contacto con ningunos de los productos de limpieza que había adquirido. El primero debía aplicarlo en la cocina, cuando llegue será al primer lugar que irá. Lavé los platos, tiré la comida agusanada y vencida y también barrí un poco. Pasé el producto en la heladera y de paso le saqué las manchas de grasa y salsa de tomate que tenía. Luego seguía el baño, aunque probablemente llegara allí al final, este producto necesitaba un poco más de tiempo para asentarse. Ay por favor el sarro de los azulejos y no quiero decir lo que eran los artefactos. Aunque me lo esperaba, nunca dejaba de espantarme. En un gesto casi de amor le di vuelta el papel higiénico, el pobre nunca entendió para qué lado debía ponerse.

Seguí con la ropa. Doblé y guardé la que estaba limpia y puse a lavar con mi detergente estrella la sucia. Ese sería mi golpe de gracia. Mientras la ropa se lavaba pasé al dormitorio. Tendí la sábana de abajo y la rocié con el perfume para ropa que había comprado para tales efectos. La dejé lisa y simétrica como a mí me gusta. Un poco de perfume en las almohadas y una barrida general. Listo. Ahora quedaba lo más difícil: el living-comedor. Según mis cálculos, al terminar la zona del sillón estaría pronta la ropa y así fue. La doblé, la guardé y le dejé una muda completa pronta para que se pusiera después de bañarse. A él le gustaba que yo hiciera eso y lo hice. Quedaba solo la parte de la mesa, ahí es donde comería y, por lo tanto, al segundo lugar donde iría. Barrí, ordené las sillas en su lugar y luego pasé un desinfectante en la mesa. Cuando se secó pasé un lustra muebles con sabor a naranja que dejó la mesa con brillo. Faltaba lo último: pasarle un trapo a los pisos de toda la casa, esta era la parte fundamental, no solo porque le daría a la casa el brillo de limpieza necesario, sino porque sus compuestos reaccionaban con los otros; unos entraban por la nariz, otros por los ojos y otros por el tacto. Luego de hacer una última revisión y acomodar los últimos detalles, guardé todo en el bolso y me fui. Solo era cuestión de hora y esperar en las noticias que dijeran que a un hombre lo había matado la limpieza. Y así fue.


1 comentario:

  1. Excelente!!! Me atrapó desde el principio y me mantuvo alerta todo el tiempo! Felicitaciones!!!

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