Estoy
dentro de una máquina desconocida. Parece que yo la manejo pero no encuentro el
manual y dejo que vaya sola. En el camino se destruyen casas, mueren perros
aplastados y la gente corre. Alguien grita ¡asesino! y empiezo a probar la
manera de matar a esa persona. No me hace feliz pero calma mis nervios. Toco el
botón rojo y empieza a sonar una melodía dulce y triste. Ideal para morir. Lo
tomo entre mis manos de fierro y reconozco en mi víctima a mi padre. Me da
lástima que tenga una muerte tan digna. Tan musical. Pero no lo dudo: aprieto
su cuerpo de carne hasta sentir el ruido de sus huesos. Por algún motivo recuerdo
la muerte de mi primera mascota. Su muerte lenta y dolorosa. Su funeral en mi
plato de comida del mediodía en familia. Su cremación en la vianda para el otro
día llevar a la escuela. Mi mano se vuelve más dura. Aprieta con furia. Y ya no
es mi padre el que está muriendo entre los fierros retorcidos. Soy yo y no
grito. Solo pienso en quién está manejando la máquina. Si habrá encontrado el
manual en algún cajón. La música ahora se hace más fuerte. Suena en toda la
ciudad. La gente se tranquiliza y empieza a cantar. Es un funeral hermoso.
27 may 2012
13 may 2012
Nocturno en otro cuerpo VII
Este es un barrio de casas
lindas y bien pintadas. De gente buena pero que no abre sus puertas a
desconocidos. Que cocinan a sus animales luego de engordarlos. Y no convida. No
hay sobras en la basura porque se tragan hasta los huesos. Acá no se come ni se
duerme, dicen los carteles. Y este no puede ser el lugar. Estos bancos no son
mi cama. En este pasto no puede jugar el gato. Acá no se puede dormir porque
las estrellas brillan más que en otro lado y nosotros dos necesitamos mucha
oscuridad. Porque en la oscuridad nos olvidamos de nosotros mismos. Dejamos de
existir. No hay hambre ni dolor ni llagas en los pies. Necesitamos el sueño
para seguir.
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