26 jul 2012

Nocturno en otro cuerpo XXV


Estoy en una casa inmensa. Blanca por todos lados. Inmaculada. Fría. Tiene una escalera monumental. Si no supiera que es mía pensaría que es un palacio. La puerta principal es de madera. Tiene pestillos dorados. La mirilla parece un telescopio. Hace horas que estoy parada frente a ella y no me animo a mirar. Primero toco su madera lisa y fuerte. Es lo único cálido de la casa. Detrás de mí no hay nada. Pero igual no me animo a mirar. Me siento como entre dos paredes. Sé que la única solución es abrir la puerta. Afuera es de noche y llueve. Recuerdo el tatuaje que tengo en mi pierna derecha. Es una llave de oro con una cinta roja. Esa es la llave que abre la puerta. Me froto con intensidad la pierna para ver si sale. Me duele. Si tuviera un cuchillo sería más fácil. Hasta que un ruido metálico suena contra el piso de cerámica blanca y retumba en toda la casa. Miro. Está ahí. Poner la llave siempre me resultó un acto casi pornográfico. Me empieza a sudar la mano. Gotea de manera incansable. El agua me llega a las rodillas. Casi ya no puedo respirar. Pongo la llave. Giro lentamente y el agua se va.   

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