21 mar 2012

Final que se quedó sin fin

Elegí mirarme en el espejo y odiarme. No sé si lo elegí o simplemente me pasó. Me escondí en los rincones más sucios de la casa. Dejé que todos los gatos de la cuadra se acostaran en mi cama. Y no lo pude leer. No lo pude encontrar en mis manos. Y ahora la cama tiene las sábanas blancas del hospital. Y un gato maúlla. Me quiere decir algo pero ya no lo entiendo. Y me lame las venas de las piernas a punto de explotar. Y otro espera en la mesa para que coma toda la familia junta. Cada uno tiene su plato y yo también tengo el mío. El mantel de guata con flores rojas y amarillas. Mi madre me decía que se limpian fácil aunque sean feos. A mí no se me ensucia, porque todos aprendimos los modales para sentarnos en la mesa. Mi madre no podría entrar a esta casa. Es alérgica a los gatos y a la mugre. Recién ahora entiendo la felicidad de mi madre al morir joven. Al tener una hija que la entierre. Al llevarse la belleza a la tumba. Y ese día llovió fuerte y la tierra olía bien. No era tierra de muertos. Y llevé albahaca y perejil. Cuando todos se fueron lo planté porque la tierra estaba húmeda. Y mis dedos se hundían casi hasta tocar su carne. Y apreté las raíces. Y nunca más se me fue el color negro de las uñas con el que me voy a morir.

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