Elegí
mirarme en el espejo y odiarme. No sé si lo elegí o simplemente me
pasó. Me escondí en los rincones más sucios de la casa. Dejé que todos
los gatos de la cuadra se acostaran en mi cama. Y no lo pude leer. No lo
pude encontrar en mis manos. Y ahora la cama tiene las sábanas blancas
del hospital. Y un gato maúlla. Me quiere decir algo pero ya no lo
entiendo. Y me lame las venas de las piernas a
punto de explotar. Y otro espera en la mesa para que coma toda la
familia junta. Cada uno tiene su plato y yo también tengo el mío. El
mantel de guata con flores rojas y amarillas. Mi madre me decía que se
limpian fácil aunque sean feos. A mí no se me ensucia, porque todos
aprendimos los modales para sentarnos en la mesa. Mi madre no podría
entrar a esta casa. Es alérgica a los gatos y a la mugre. Recién ahora
entiendo la felicidad de mi madre al morir joven. Al tener una hija que
la entierre. Al llevarse la belleza a la tumba. Y ese día llovió fuerte y
la tierra olía bien. No era tierra de muertos. Y llevé albahaca y
perejil. Cuando todos se fueron lo planté porque la tierra estaba
húmeda. Y mis dedos se hundían casi hasta tocar su carne. Y apreté las
raíces. Y nunca más se me fue el color negro de las uñas con el que me
voy a morir.
21 mar 2012
10 mar 2012
¿Qué hacer con una hora más de vida?
Ya
sabemos que es una convención y una mentira. Que si todos manejáramos
el tiempo con la arbitrariedad de los expertos de la UTE y de los que
armaron los calendarios, todo sería un caos; o al menos eso creemos que
sería o lo hemos creído toda la vida.
El
código horario mundial logra desconcertar a cualquiera. Ocurren
fenómenos como salir de Montevideo 21:45 hs. y llegar a Buenos Aires
21:30 hs.
O
que en el medio de un vuelo de avión, al pasar determinada frontera
espacial, si tu reloj marca las 12:00 hs., debes darle la orden de que
sean las 15:00 hs. y sin posibilidad de protestar. Y qué pasa si un día
se me agremian las agujas y deciden hacer paro y me quedo sin hora. El
tiempo no me va a esperar. No me va a decir Tranquila, yo te aguanto a que resuelvas el conflicto; voy a llegar con horas, minutos de atraso respecto a los demás. Y a nadie le gusta perder el tiempo.
Tampoco
me gusta asociar directamente el tiempo al envejecimiento. Cuando
agregan una hora la gente dice con una sombra de pesimismo: Somos una hora más viejos; y automáticamente cuando te piden que meuvas la aguja del minutero 60 minutos para atrás, celebran Qué bueno, somos más jóvenes.
Lo que es una mentira. En todo caso se rejuvenece, se recupera aquello
que se perdió, pero de ningún modo somos más jóvenes. Sino el sistema
migratorio se basaría en el cálculo de la diferencia horaria: Me voy a ir a tal país porque me gano tres horas de vida; ¡Cuidado! A tal otro país no vayas, porque desde acá envejecés 4 horas, es una locura!
Y
así iríamos ganando o perdiendo horas según el viaje que hagamos.
Lamentable situación para aquellos que no viajamos frecuentemente, y
seguramente no solo no vamos a ganar o a perder tiempo, tampoco espacio.
Porque muchas veces el espacio se calcula en segundo, minutos, horas,
días. Por ejemplo, hay quienes dice que recorrer el Uruguay entero te
lleva cerca de 6 o 7 horas, a marcha constante. Pero Argentina se
calcula en semanas o tiempo de embarazo que, a los efectos, es lo mismo;
incluso algunos más exagerados y descreídos con la capacidad que puede
llegar a tener una especie del ser humano al volante, se aventuran a
calcularlo en meses.
Recuerdo a una persona muy superticiosa que creía sentir que el reloj
le hablaba. No sabía reproducir más que la onomatopeya características
de los relojes antiguos (a saber: Tica-tac, Tic-tac y así sucesivamente
marcando todos los segundo que desee) aunque usara uno digital. Otros, más ancianos, dicen que calculaban las horas con sus latidos del corazón. Con razón Alfredo andaba descompaginado y distrído luego de la operación, se decían con sorna, intriga y admiración por el descubrimiento.
Para
saber cómo los más chicos intentan controlar el tiempo basta con darse
una vuelta por una playa. Allí verá cientos de palos de diferentes
tamaños, grosores, longitudes y maderas clavados en la arena, marcando
el inexorable paso del tiempo. Supongo que esto se deberá a algún método
empleado por las maestras que, generalmente, no tienen dinero para
comprarse un reloj y, más aun, las pilas: Todas las respuestas las da la madre tierra,
le dicen a sus alumnos, y a mí también me lo dijeron, porque hace poco
encontré una foto mía en la playa, con 8 años más o menos (es decir, que
ya estaba viviendo mi año 9 estrictamente) para orgullosamente frente a
mi reloj de palo y arena.
4 mar 2012
¡Yo no sé!
Lo primero que hay que hacer es elegir el tamaño y el estilo. Luego se opta por la disposición y alineación, salvo que la necesidad sea tan imperiosa que no le permita tomar ninguna de estas precauciones y deba lanzarse al vacío sin ninguna seguridad más que la urgencia que nace desde el interior de usted mismo; esto llevará a que las precauciones se tornen arreglos al final.
Luego, el acto mismo, es igual para todos. Algunos con más fuerza e ímpetu, otros más solemnes y relajados.
Y el resultado final, objetivamente, también es el mismo. Acumulación de aquello que ya no se puede retener en el interior y necesitamos largar. Cabe destacar que también hay variaciones en los resultados, principalmente en lo que al tamaño, densidad y extensión respecta. Quedará a criterio de cada consumidor elegir aquello que esté acorde a sus intereses personales.
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