Hace poco descubrí la forma que tienen mis amantes de controlar mi actividad sexual, aquella que escapa a sus dominios. En realidad creí no darme cuenta hasta que sí lo hice y ahí empezó todo. Para ser justa, todo empezó con mi primera cita, la cita con S.
Salimos a comer, como es habitual. Yo me comporté recatada: dos empanadas y una copa de vino. Hablamos en una plaza y fumamos varios cigarrillos. Subimos a su auto y fuimos a mi casa. S. había traído dos paquetes de preservativos, muy alentador de su parte. De esos seis usamos tres, y no porque precisamente los usáramos de forma efectiva, sino más bien que hubo ciertas dificultades. Los otros tres, reunidos en una sola caja, los apoyó de forma indeleble sobre mi mesa de luz. Después de tomar agua y antes de que se fuera le dije que no se los olvidara. Insistió con unos besos ya trasnochados y se fue. Yo vi que los preservativos quedaban pero no se lo volví a recordar.
Entre la primera cita con S., que no estuvo mal, y la segunda, tuve mi primera, segunda y tercera cita con A. Él no tenía tanto apuro y yo seguí el juego: una hamburguesa y una cerveza en la primera, una ensalada marina con vino y boleros en vivo en la segunda y, finalmente, unos sorrentinos con caruso y película en mi casa en la tercera. Luego de varias horas de charla amena apareció el beso y la noticia: no había traído preservativos. Yo le dije que tenía (S. no se iba a ofender o tal vez ni siquiera acordar), y usamos los tres que había dejado S. en casa y no precisamente fue un uso efectivo de los tres; podría afirmar que el último (la tercera es la vencida) fue el que en verdad usamos.
S. me llama un día de calor. Insiste en vernos y yo le digo que mi casa es un horno. Me invita a un motel o un hotel de alta rotatividad. Le dije que sí y lo esperé porque venía en su moto. Pensé que si al bajar me preguntaba por el paquete de tres le diría que me los había olvidado. Subió, entró a mi casa y elegimos el motel por una aplicación. Cuando estábamos yendo me dice que lleve los preservativos. Yo le pregunto «¿cuáles?» y me responde los que dejó en mi casa y yo le digo «acá no dejaste nada y si los dejaste los agarró el gato y ya no se pueden usar». Compró un paquete de tres en la habitación, usamos uno y me pidió que guardara los otros dos. Y así lo hice: los dos preservativos de S. fueron a parar al cajón de las bombachas.
Entre la segunda cita con S. y la cuarta con A. conocí a C. Nuestra primera cita también fue con comida: un ceviche y vino para mí y pisco para él. Nos reímos hasta que se emborrachó y nos pidieron que nos fuéramos. Tenía mis dudas sobre si irme con él o no pero tomamos un taxi y nos fuimos a su casa. En el medio, pidió para bajar a comprar en una estación de servicio. No me dejó acompañarlo y entonces supe que iba a comprar condones. Por un momento tuve la ilusión de que fueran de la misma marca que había comprado S. así evitaba algunas dificultades. No. Compró, con la fuerza que solo da el alcohol, tres paquetes, lo que da un total de nueve preservativos. Usamos medio y el resto me los dio para cuando vaya a mi casa me dijo. Los ocho fueron a parar al mismo cajón junto con los dos de S.
La cuarta cita con A. fue en su casa. Yo no llevé preservativos igual que él. Había comprado cuatro paquetes para tener dijo. Dos se los quedó él y dos me los dio a mí. Esa noche usamos dos de los suyos y yo dejé los dos nuevos paquetes, es decir, seis preservativos más en el mismo cajón junto con los ocho de C. y los dos de S. A esta altura ya tenía más preservativos que bombachas.
La tercera cita con S. fue después de la primera con C. y antes de la primera con J. Vino a mi casa, tomamos vino, nos dimos besos y me preguntó si tenía los preservativos. Le dije que sí con cierto orgullo y fui a buscarlos. Cuando los llevo me dice que esa no es la marca que él había comprado y le digo que eso no parece importante en esta situación y me da la razón. Esa noche apenas usamos uno y se llevó la caja vacía y dejó al último preservativo huérfano solo en la mesa de luz. Sin saberlo iba a ser mi penúltima cita con S. Ya no nos pudimos ver más.
La cita con J. fue un verdadero fracaso. Me gastó cinco de mis preservativos (ya no sé si de C. o de A. o el último de S.) y como quién dice solo usamos uno. Yo le comenté que el que mucho abarca poco aprieta y él me preguntó por qué tenía tantos preservativos. Arriesgué una respuesta tentativa y casi sincera: «me los dejan mis amantes de recuerdo». Entonces fue a su bolso, sacó un paquete sin abrir y me lo dio para mi colección. Me preguntó si coleccionaba algo más además de amantes y preservativos y le dije que sí, que muertos. Se rió sin entender y no hizo más preguntas.
En cada cita posterior, C. reclamó usar los que él me había dado, lo mismo hizo A. y J. y S. por última vez. También R. y L. y M. y P. Al principio debo decir a mi favor que realmente lo intenté. Elaboré una plantilla Excel con nombres, marcas y cantidades. El cajón de las bombachas había cambiado su aspecto y contenía ahora preservativos doblados sobre sí mismos, apilados y organizados de manera que respetaran las columnas de la plantilla. El problema es que en el momento de la desesperación sexual no me fijaba en nada. Hasta que me cansé. Ese fue el momento de mi última cita con S. y de a poco con todos. Para ese entonces ya había empezado a guardar los preservativos usados, a hacerle pruebas al semen y darle a cada uno el preservativo que se merecía para conseguir la plenitud profiláctica.
Ya no tengo primeras citas y dicen por ahí que la aplicación se ha caído por culpa de la «viuda de las citas». Ahora vendo mis preservativos por encargo y según los requerimientos de las clientas.